En estas noches raras de enfermedad se pasan las horas provocándome un hastío vomitivo al tiempo; extrañas noches inexplicables para las que el cansancio es tan solo una razón más para no conciliar el sueño con la paz requerida, teniendo que ser lo absolutamente contrario, las fuerzas chocan dejándome en medio de la furia del gran estrellón. Noches inconformes, solitarias, anti-digestivas, gástricas, ulcerosas, desesperadas, angustiosas, las mismas de siempre, la repetición perpetua de estos fastidiosos lamentos.
No logro ubicar el dolor en mi cuerpo, al menos no en un punto precioso; parece que me recorro en magulladuras, heridas y quemaduras. Los cabellos, los dientes, así mismo los huesos, cada musculo, articulación, extremidades exhaustas fastidiadas por su habitual entumecimiento, toda mi voluptuosa humanidad que a pesar de sus proporciones se siente débil.
Feromonas se respiran en el aire, puedo percatarme de las emanaciones de mis propias fragancias; tan femenina que me pienso siendo yo quien me mira desde un ángulo tan diferente al común que alcanzó a enamorarme de lo que muestro, siendo y no siendo la misma… confusos enredos de mente, tremendamente complejos, desgastantes.
Noches, las mismas que he padecido envuelta en presentimientos infundados, en temores, en asfixias, temblores, mareos y palpitaciones aceleradas. De dónde viene este miedo, por qué percibo una tragedia, por qué imagino absurdos. Mente mía déjame en paz, cálmate definitivamente o dame una tregua, déjame ser quien maneje las riendas de esta vida, sin olvidar que existes ayúdame a ser yo la que te domine.
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