Era otra mañana en la que he esperado un milagro definitivo, me he pasado la vida esperando extraños acontecimientos sobrenaturales que quizás jamás llegarán.
Voy a empezar a robarme palabras de grandes autores de la literatura universal, es que no tengo nada más que decir, de lo que soy y de lo que he vivido ya no nace nada. Me inspiraré, si así se le puede llamar, en palabras de otros al fin de cuentas resultan siendo las (palabras) vidas de todos, porque como tontos la historia nos recuerda que todo se repite, las cursis historias de amor, las de miseria y las de alegrías pasajeras. La humanidad se resiste y no se cansa en el juego de los egos, por eso las mismas historias, los mismos sueños, lo de siempre desde el principio de los tiempos todo ha sido la misma invención, la de nunca acabar; estamos destinados a repetirnos como si no hubiésemos aprendido, somos soberbios, ciegos… no tenemos cura.
No puedo concentrarme, no puedo hablar, no puedo ver, no puedo escuchar, no puedo leer y a duras penas puedo escribir esto ahora. Es uno de esos momentos en los que la angustia latente revienta y se hace incontenible en el paso de mis horas por un mundo soso, el vacío se hace más ancho y profundo manteniéndome en el horizonte plano sin picos de subida emocional. Intento llenar una hoja discordante de párrafos inconexos que escribo en horas diferentes del día, no a voluntad sino a mera necesidad; el día está raramente gris pero no hace el frío que quisiera para que combinara con mi mentirosa y disimulada calma. Intento mirar una película que tengo pendiente hace días y que no he podido tener el juicio de ver en un solo tirón, en lo que lleva del día también he comenzado a leer tres libros pero no paso de la tercera página.
He estado espiando a alguien y creo que es lo único que he hecho con insistencia los últimos días, o aún más, es ya casi un ejercicio obsesivo, pienso en esa persona sin tener razones coherentes y justificadas, mientras pasan las horas de mi forzado silencio en el fondo solo quisiera salir a buscarle, mirarle de frente y decirle que siento un sin número de cosas que me he inventado porque no he tenido más que hacer. Tengo vicios, todos ellos dañinos, claro que no existe vicio provechosos, son excesos y en ellos uno termina muriendo, deja de vivir lo que debería como si pasara a la existencia de un querer maniático, idealista y absurdo, algo así como la voluntad distraída; no soy de las que podría darme ese lujo pero sigo aquí, en contra de mis más profundos deseos no se me ha dado desaparecer.
Quisiera tener el miedo en la mirada que tiene la protagonista de la película que estoy viendo ahora pero ni siquiera se me ha dado fingir bien, podría estar muerta y mis ojos seguirían brillando, lo que pasa es que tengo alma y la niego, ella es buena, mi alma, pero yo no la dejo libre es mi prisionera, no tiene derecho a hablarme ni hablarle a los demás.
He estado escribiendo muy mal, me releo y no entiendo muy bien, dudo que alguien lo entienda también, con tanta coma no oportuna, tantas palabras repetidas y tantos enredos mentales todo vendría a ser como alguna vez lo dijera mi profesor de expresión escrita IV, solo basura.
Tanta basura he escrito que me acostumbre a no escribir nada más, la cabeza se me lleno progresivamente de desechos, nada reciclable, montón de sobras putrefactas que han hecho una especie de montaña rancia en mi, vivo bajo todo ese montón de podredumbre. Toda esta maraña de ideas se me asemejan a gases tóxicos que emanan, pequeñas nubes de miseria salen a volar entre la vida de otros que después olvidan que esa nube se posó un rato sobre ellos, todo pasa, todo se olvida, si uno no está todo se olvida y es que solo estoy cerca de lo que tengo lo demás no existe.
No sé si es por hablar de basura pero el aire de este cuarto se ha empezado a tornar nauseabundo, podría jurar en este momento que la montaña aquella existe aquí, invisible pero olorosa. La vida se me ha empezado a podrir en las manos y solo ahora puede empezar a notar la muchedumbre de gusanos que resbalan por mi piel, caen en el piso y se corretean unos a otros, se ven como animales fuertes, indestructibles, hasta parece que crecen cada vez más con cada segundo que va pasando. Yo soy la madre de aquellos bichos? Ellos han salido de mi como todas estas ideas, esos animalejos son entonces mis propias cavilaciones que resbalan por el piso de mi habitación, esta caja de cemento es mi mente?.. Esas preguntas son alocadas, no tienen respuesta, no sé para qué intento esforzarme si a veces tanto decir se le parece al silencio, a la propia muerte.
Estoy opaca, desvivida, lúgubre y mugrienta, este relato lejano a la esperanza es un monologo necio, amañado y caprichoso. No tendría que estar haciendo nada aquí usted, qué hace, cuál es la insistencia, por qué persiste?
Digamos entonces que todo esto es como una especie de síntoma que aparece por esta temporada del año con más fuerza, como una enfermedad crónica, no se va pero en un momento determinado se agudiza y te manda a la cama, no puedes levantarte, debes esperar a que pase; así es esto, una recaída en la enfermedad viciosa. No voy a decir más, ya empiezo a sentir algo parecido a la vergüenza.