¿A razón de qué tengo yo que extrañarte tanto? Me precipité, no pensé las cosas y más que no darte tiempo, fui yo la que por miedo no me lo quise dar. Anulé nuevos momentos para regalarnos en los que pudiéramos ver más allá, instantes que podrían seguir abriendo puertas y ventanas para el después. Me negué a la construcción sensata, tranquila y consecuente del conocimiento mutuo, me seguí aferrando a mi enfermo pesimismo, aburrí las oportunidades y la cara amable del presente. Ahora te pienso mucho, tanto que realmente ya no quisiera pensarte así; ahora me obsesiono con pensamientos de lo que no fue y me estanco en lo que pudo haber sido, no sé si a eso se le llame arrepentimiento pero si no, quizás si es un sentimiento muy cercano. Ahora recuerdo, reviso momentos y anhelo que se repitan, me ahogo en fantasías imaginando que todo volverá a estar bien o que a lo mejor podré hacer un viaje en el tiempo que me permita rehacer todo de mejor manera y así poder salir ganando. Quisiera detectar el punto débil que me llevo al fracaso, borrarlo de mi vida desde el instante inicial en que apareció y ser mejor persona ahora, sueño con deshacerme de mi lado oscuro y prosperar entre las luces de un nuevo amanecer.
Transito entre los pensamientos tercos con los que lucho a cada instante, no quiero perder o ganar más batallas de momentos, quiero ya por fin ganarme la guerra y renovarme en sueños alcanzables, aterrizados y humanos. Quiero agradecer con actos, quiero ser útil para mi y para los demás, quiero superar mis propias limitaciones de estas creaciones mentales que me han hecho zancadilla tantas veces, quiero por fin no sentir que la vida se me va entre las manos a cada momento, quiero por fin tener pasión y sentido. Ya es hora de poder pedir perdón sincero, perdón para siempre teniendo la certeza de que ese error no se volverá a cometer, quiero tener la confianza de una vida abanderada por mis propias decisiones, aquellas que me hagan dar un paso adelante y no uno al costado o atrás.